En 1711 Europa llevaba nueve años en guerra. El Destino afrontó lo que los gobernantes no lograban encarar ante un panorama de tablas en el particular ajedrez político y militar en que se había convertido la guerra de Sucesión española: un fin a la vista gracias a la negra mano de la muerte.
El 17 de abril de 1711 murió el sacro emperador José I de Habsburgo (abajo, primero), siendo su sucesor su hermano el archiduque Carlos, al carecer de hijos aquél. Casualmente, tres días antes había fallecido el hijo de Luis XIV, Luis de Francia (abajo, segundo), apodado el “gran delfín” y padre de Felipe V, lo que colocaba al rey de España en una posición aún más cercana a la corona de Francia, aunque teniendo todavía por delante a su hermano mayor Luis, duque de Borgoña (abajo, tercero) y a su hijo; un niño débil a quien todos auguraban una muerte temprana, llamado Luis, en este momento duque de Anjou al dejar Felipe el ducado vacante, y que finalmente sería quien reinaría como Luis XV (abajo, cuarto).
Aquellos decesos dieron un giro a la situación. La posible unión de España con el Sacro Imperio en la persona del archiduque era tan abominable para británicos y holandeses como la unión de España y Francia, ya que supondría poner en jaque el orden westfaliano con la reaparición del bloque hispano-alemán que tan poderoso había sido en los tiempos del emperador Carlos V. En consecuencia, los demás estados europeos, y sobre todo Gran Bretaña, aceleraron las negociaciones de cara a una posible paz cuanto antes, ahora que la situación les era conveniente, y comenzaron a ver las ventajas de reconocer a Felipe V como rey español. Para su suerte, Francia estaba exhausta, lo que la hacía más proclive a las negociaciones.
El pacto de Luis XIV con los británicos se produjo en secreto. Gran Bretaña se comprometía a reconocer a Felipe V a cambio de conservar Gibraltar y Menorca y ventajas comerciales en Hispanoamérica. Las conversaciones formales se abrieron en Utrecht en enero de 1712, sin que España fuese invitada a las mismas en este momento.
En febrero de 1712 murió el duque de Borgoña, quedando sólo Luis, al cual todos consideraban como incapaz. Luis XIV deseaba nombrar regente a su nieto Felipe, pero los ingleses pusieron como condición indispensable para la paz que las coronas de España y Francia quedaran separadas. El que ocupara uno de los reinos debía forzosamente renunciar al otro.
En España se produjeron por aquellos días escaramuzas sin importancia, aunque se reafirmó el apoyo de Barcelona a Isabel Cristina; la esposa del archiduque Carlos, entonces ya emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, que se había quedado en la ciudad en calidad de regente, y como garantía de que su marido no renunciaba a sus pretensiones sobre el trono español. En el escenario europeo se produjo el 24 de julio la derrota del príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Denain (arriba, en un cuadro de Jean Alaux, de 1839), lo que permitió a los franceses recuperar varias plazas en su frente oriental.
Finalmente Felipe V hizo pública su decisión: El 9 de noviembre de 1712 pronunció ante las Cortes su renuncia a sus derechos al trono francés (a la derecha, en un grabado historicista del siglo XIX), mientras los otros príncipes franceses hacían lo mismo respecto al español ante el Parlamento de París, lo cual eliminaba el último punto que obstaculizaba la paz.

