Las autoridades españolas leales a la voluntad del finado rey Carlos se apresuraron a cumplir sus disposiciones testamentarias, y mandaron una delegación a Versalles. No había tiempo que perder. El cuadro historicista de François Gérard (ca 1812) de arriba recoge el momento en que Luis XIV proclama, ante los notables de su Corte y los enviados españoles, a su nieto Felipe como rey de España en ese palacio.
En noviembre de 1700 fallecía sin descendencia Carlos II de España a la edad de 39 años. Su temprana muerte tradicionalmente ha estado relacionada con los problemas de salud que acarreó toda su vida a causa, entre otros factores, de dos siglos de matrimonios consanguíneos de la Casa de Austria.
Su muerte dejó un país que estaba superando una gravísima crisis sistémica (económica, institucional, social y política), cuyos orígenes han de hallarse en el reinado de su padre, Felipe IV. Superación gracias al trabajo de los validos -el duque de Medinaceli y el conde de Oropesa, fundamentalmente- que permitió la implementación de proyectos de reforma de la Administración y la Hacienda; preludio de las reformas borbónicas llevadas a cabo tras la guerra de Sucesión.
Ahora bien, la muerte del monarca dejó sin resolver la respuesta al gran dilema de la época, que era la comidilla de las conversaciones y negociaciones en las cortes europeas, en pues un año antes, en febrero de 1699, había muerto su joven heredero José Fernando de Baviera. ¿Quién iba a heredar las incontables tierras de la Monarquía Hispánica? Había mucho en juego; nada menos que la hegemonía mundial. Aquel que pusiera a su candidato en la Corte de Madrid, ganaría mucho para su país.
Desde la muerte del príncipe bávaro, las dos grandes dinastías europeas que se hallaban emparentadas con Carlos II, los Borbón y los Habsburgo, empezaron a postular pretendientes al trono. Para ello, cada uno atrajo partidarios, lo que terminó dividiendo a la Corte de Madrid y a la propia familia del rey. Los candidatos fueron:
Felipe de Anjou, segundo hijo del gran delfín de Francia, de la Casa Borbón que reinaba en Francia; entonces la nación más poblada, más organizada y con el mayor ejército de Europa. A su rey, Luis XIV, le llaman “Rey Sol” por el ejercicio de un absolutismo sin parangón.
Y el archiduque Carlos, hijo de Leopoldo I, emperador el Sacro Imperio Romano Germánico, perteneciente a la Casa de Habsburgo.
La unión entre Francia y España fue vista con alarma por parte de las potencias europeas. Nadie se hacía ilusiones: Luis XIV gobernaría como un títere a su nieto, y, por tanto, sumaría a España bajo su influencia, rompiendo el débil equilibrio wesfaliano. En consecuencia, en Europa muchos preferían trocear los territorios de la Monarquía Hispánica y darle la corona a alguien no francés. ¿Quién mejor que los Habsburgo? Era la misma dinastía que gobernaba hasta entonces. Al principio, Luis aceptó el trato pero…
Era demasiado poco para quien lo quería todo. Por tanto, el 16 de noviembre de 1700 aceptó el trono para su nieto Felipe, y se preparó para una larga guerra.
