Una guerra tan prolongada en el tiempo, a pesar de ser de operaciones estacionales como todas las guerras preindustriales, terminó por tensar a los aliados de ambos bandos. Las derrotas que iban acumulando los ejércitos de Luis XIV no hacían sino poner en peligro los anteriores cuarenta años de adquisiciones territoriales. Pero no era el único: las otras naciones estaban exhaustas. La sangría de recursos estaba poniendo límite a Europa.
Las victorias borbónicas en la Península se vieron contrarrestadas por los golpes de mano de los aliados anglo-holandeses por el mar. Además, ese mismo año de 1708 se perdió la plaza de Orán, por la imposibilidad de mandar refuerzos, y las islas de Cerdeña y Menorca. Tampoco le iba bien a Luis XIV, pues en la batalla de Oudenarde (abajo, en un cuadro de John Wootton, 1708) había sufrido una derrota aplastante y perdido la ciudad de Lille tras un asedio, quedando toda posibilidad de recuperar el Flandes español de las manos imperiales.
El año 1709 desató en Francia una grave crisis económica y financiera que hizo muy difícil que pudiera continuar combatiendo. Por ello, Luis XIV envió a Jean-Baptiste Colbert, marqués de Torcy, que era su ministro de Estado, a La Haya para que negociara el final de la guerra. Se llegó a un acuerdo de cuarenta y dos puntos llamado Preliminares de La Haya, pero éste fue rechazado por Luis XIV, porque le imponía unas condiciones que consideraba humillantes: reconocer al archiduque Carlos como rey de España con el título de Carlos III, y ayudar a los aliados a desalojar del trono a su nieto Felipe de Borbón si éste se resistía a abandonarlo pasado el plazo estipulado de dos meses.
Como Luis XIV había previsto, Felipe V no estaba dispuesto a abandonar voluntariamente el trono de España, y así se lo comunicó su embajador Michel-Jean Amelot que había intentando convencer a su nieto de que se contentase con algunos territorios para evitar la pérdida de la monarquía entera.
A pesar de todo, Luis XIV ordenó a sus tropas que abandonaran España, menos una fuerza de 25 regimientos. Esa retirada de tropas de la Península permitió a los franceses concentrarse en la defensa de las fronteras orientales de su reino. De esta forma, el súbito refuerzo permitió al mariscal Villars enfrentarse el 11 de septiembre de 1709 a las tropas aliadas al mando del duque de Marlborough en la batalla de Malplaquet, donde los enfrentamientos entre los cuerpos de caballería alcanzó un grado de gran virulencia, tal y como se ilustra en el cuadro de la derecha.
Aunque los aliados se impusieron, tuvieron muchas más bajas que los franceses, lo que a estos les permitió resistir el avance aliado, a pesar de la ocupación a la que estaba sometido el Flandes español. Es por ello que Malplaquet está considerada una victoria táctica francesa.
Ante la postura de Luis XIV, Felipe V decidió cortar lazos con él, expulsando al embajador francés en España y rompiendo con el Papado que había reconocido al archiduque Carlos. El nuncio debió abandonar Madrid, y aunque el escándalo diplomático fue sonado, el clero español se mantuvo de parte del rey, pues pesaban las noticias de las terribles profanaciones anglo-holandesas.
Mientras tanto, alcanzado el año 1710, hubo un nuevo intento de alcanzar un acuerdo entre los aliados y Luis XIV en las conversaciones de Geertruidenberg, pero también fracasaron. No obstante, se sentaron las bases negociadoras de lo que sería, más adelante, el Tratado de Utrecht que pondría fin a la guerra de Sucesión española.

