| Historia

La batalla de la Contraparada

A finales de agosto estaba claro que la ciudad sería atacada. La responsabilidad de los murcianos era muy grande: una derrota supondría la pérdida de la ciudad, lo que conllevaría que el archiduque se hiciera con el control de casi todo el Este de la península ibérica, abriendo el acceso a Andalucía. El obispo Belluga, consciente del peligro, tomó la decisión de organizar un último bastión. Así pues, ejército y milicia prepararon a conciencia la defensa. Alcanzado Espinardo, los primeros días las acciones austracistas se encaminaron a hostigar por el frente de la ciudad y a hostigar a los borbónicos allá donde pudieran: en esos días la agua cobraría viral importancia, convirtiendo a la Contraparada en el escenario de una batalla hasta ahora poco conocida.  

Como se ha indicado en la anterior entrada, el martes 24 de agosto los austracistas alcanzaron Beniel, deteniéndose para conformar allí el eje de un frente que arrancaba en el norte en El Esparragal y Santomera y cerraba en Tabala y Zeneta por el sur, después de retroceder tras saquear Algezares el miércoles 25 de ese mismo mes. Ese ataque meridional parece que fue planificado para desviar la atención de los ansiosos defensores, pues precisamente ese mismo día, el grueso del ejército expedicionario estaba camino a Murcia a través del corredor de La Matanza, a umbría de la sierra de Orihuela, siguiendo el camino por el que hoy discurre la autovía A-7 hasta la carretera de Fortuna, con la que entraron en la vega de Murcia por el norte de Santomera. Creemos que se eligió ese camino porque la fuerza anglo-hispano-holandesa había acampado entre Benferri y Granja de Rocamora, que eran dominios solariegos del marqués de Rafal, y porque hay una referencia escrita al «Campo de Santomera» como lugar de tránsito, mientras que su marcha a Murcia se produjo «por la derecha de Monteagudo«, esto es por donde hoy discurre la carretera A4 a los pies de la urbanización Montepinar. 

En efecto, el impreso austracista titulado Puntual y verídica relación de los sucesos de nuestras armas en el campo de Orihuela, es una excelente y detallada fuente de numerosos aspectos de la fuerza de invasión. Por ejemplo, además de su geografía, lo es de sus mandos: el conde de Santa Cruz de los Manueles era el capitán general de una fuerza estaba constituida por cerca de 5.000 hombres, divididos en fuerzas de caballería –regimientos del valenciano Antonio Mas y Borrás, y de dragones ingleses de Robert Killigrew– e infantería –regimientos de la ciudad de Valencia, de José Nicolau y Boix; de Cartagena, de Diego Rejón de Silva y Verastegui; y el inglés de Thomas Alnutt, así como compañías de Orihuela y Cartagena–, si bien estas últimas se componían en su gran mayoría de milicianos, mal preparados y procedentes de las localidades controladas por los imperiales.

La tarde del viernes 27 de agosto, el ejército austracista asomó por el camino viejo de Fortuna, alcanzando las inmediaciones de la rambla de Churra y los vecinos dominios del marquesado de Espinardo. Encabezaba la expedición Diego Rejón de Silva Verástegui, pues como oriundo murciano, regidor de la ciudad y alguacil mayor de la Inquisición, conocía bien el terreno y a los representantes del poder señorial. Tal es así, que pasado unos meses, varios de esos representantes acabaron cesados, lo que permite deducir un rápido entendimiento y colaboración, si bien no se puede descartar el empleo de la coerción. Un caso significativo es el de Francisco Gonzálvez de Caunedo, gobernador del marquesado, sospechoso de colaborar con las fuerzas de ocupación, dando alojamiento a los oficiales en el palacio señorial y facilitando el establecimiento de las tropas, puesto que pocos meses después sería relevado por un agente borbónico, don Alfonso Díaz Manresa. También es verdad que una hija de la marquesa madre tenía por suegro a un señalado austracista de Salamanca, si bien el marqués había intentado mantenerse al margen.

Personajes prominentes del pueblo de Espinardo tales como José Ibernón, alcalde ordinario; Cristóbal Hernández Inbernón, regidor mayor; y, Pascual Gómez, alguacil mayor, entre otros vecinos, terminarían en prisión acusados de colaboracionismo, lo que podría ser reflejo la profunda división de la sociedad española entre los partidos de esta guerra civil. Otros paisanos huyeron a la ciudad o a las barracas de los alrededores, desde donde hostigarían a los atacantes hasta el día de su marcha.

El grueso de la fuerza expedicionaria acampó en un llano entre la localidad de Espinardo y la citada rambla de Churra, en un pago que después de la guerra recibiría el enigmático nombre de la flor de lis, y cuyos dueños eran familiares de Diego Rejón de Silva y allegados suyos. Se repetía la fórmula empleada en Orihuela, tratando de no perjudicar mucho a otros propietarios.

Esa propiedad, en los límites orientales del marquesado, además de dos salidas claras hacia Orihuela, tenía otras virtudes: el cerro de San Cristóbal (a la derecha); un promontorio elevado unos quince metros sobre el resto de la huerta que facilitaba el control del territorio, pues no estaba a más de 3 kilómetros de Murcia. Además la campa estaba protegida por arbolado de gran porte, que impedía la visión desde la ciudad, tal y como llegó a explicar el propio Luis de Belluga. Otra importante ventaja es que tenía como límite sur la acequia de Churra la Nueva, que podía abastecer de agua a los sitiadores; factor este último que terminaría siendo decisivo al provocar cada una de las acciones bélicas que se sucedieron durante los siguientes días.

El sábado 28 por la mañana, los austracistas empezaron a talar algunos árboles mientras se realizaban los primeros reconocimientos del terreno con intercambio de fusilería con los defensores que se atrincheraban en las barracas y casonas del camino real y alrededores. 

Al día siguiente, 29, con el fin de atajar el hostigamiento que sufrían desde aquellas barracas y casonas, se decidió tomarlas y arrasarlas con el objetivo de evitar que los defensores se parapetaran en ellas. Para ello, se organizó el ejército atacante que marchó con numerosa infantería y milicia, dragones y granaderos ingleses «bolando la más fuerte, á la izquierda de el Camino, y quemando las de la derecha».  Cumplido ese cometido, Diego Rejón de Silva, quien comandaba la ofensiva, se dirigió a «la Casa fuerte de Torrepacheco», es decir, la casona del Huerto de las Bombas, para proseguir la operación. Su idea, tal y como refiere la Puntual y verídica relación… era llegar «hasta alojarse en San Diego», el convento franciscano que había donde hoy está el jardín de la Seda. Cuando marchaba se encontró con las tierras de la huerta anegadas, e «intratable el passo, porque el Enemigo havia hechado el agua, por cuya razón se retiró a Espinardo».

En efecto, los defensores habían alimentado la acequia mayor Aljufía para dar más agua a las sufragáneas acequias de Bendamé Mayor y Menor y el azarbe del Papel, con los que provocaron un anegamiento de la huerta de la zona. Precisamente, este último factor, el agua, fue determinante en unos acontecimientos previos a la Batalla que se conocen gracias en parte a la carta de los inquisidores de Murcia, don Alfonso Rosado y don Jacinto de Arana, al inquisidor general del 16 de noviembre de 1706 y, sobre todo, a la citada Puntual y verídica relación...

Para garantizar el abastecimiento de agua y víveres a su ejército, al día siguiente, el lunes 30 de agosto, el mando austracista, dispuso una partida de caballería e infantería para adelantarse, por el camino real por donde hoy discurre la actual N-301, a Molina de Segura, la cual hallaron abandonada. Ello les permitió volver dos días después con carretas para requisar el grano almacenado. Pero el acontecimiento verdaderamente importante de esos días fue la toma de la Contraparada (abajo, en una vista panorámica desde la ribera derecha), que se resolvió con un continuado enfrentamiento que terminó con la desbandada borbónica y la captura de Alcantarilla por Diego Rejón de Silva. 

¿Que ocurrió? La Puntual y verídica relación… explica muy al detalle las intenciones y los pasos dados por los asaltantes. Dado que el mando austracista se había percatado de que el agua perjudicaba su avance, acordó tomar el sistema de la Contraparada, pues de esa forma cortarían la inundación y comprometerían el abastecimiento de agua fresca a la ciudad de Murcia, que la recibía de la Aljufía; aspecto este último que ya había previsto practicar desde el inicio de las operaciones. Por ello, el 30 por la noche partió un batallón de infantería, dos escuadrones de caballería y dos piezas de artillería al mando de Diego Rejón de Silva. Mientras discurrieron por la carretera que une Espinardo con las poblaciones de Maciascoque, La Ñora y Javalí Viejo, cortaron algunos puentes de acequias, para impedir preventivamente a los defensores acudir en socorro del azud.

Pero, ¿por qué casi mil hombres para tomar la Contraparada? La explicación se halla en un fuerte construido para la ocasión y re-fortificado al año siguiente, pues en el mapa de defensa de la ciudad de 1809, que puede verse a la derecha, se lee «fuerte del año 7º del siglo pasado». Esto no hace sino confirmar la importancia del ingenio hidráulico no sólo para fines defensivos sino para garantizar el abastecimiento del preciado líquido, en la forma que un fortín guarnicionado haría desistir de un ataque. Pero esto no fue suficiente para los atacantes. Al amanecer del martes 31 y con la tropa formada y los cañones dispuestos sobre una colina en la ribera izquierda las tropas austracistas fueron atacadas sorpresivamente por un batallón de caballería, apoyado por el retén del fortín, pero los partidarios del archiduque los repelieron después de una prolongada escaramuza, obligándolos a abandonar el baluarte bastante maltrechos. Llegados refuerzos de infantería -un batallón de milicias de Cartagena- y de caballería -los dragones ingleses- a lo largo de la mañana, pues se había advertido que Murcia mandaba refuerzos,

al mediodía Diego Rejón de Silva decidió cruzar el río para atacar a las fuerzas borbónicas que se habían ocultado tras las colinas de la margen derecha, logrando ponerlos en fuga tras una prolongada batalla campal. Inmediatamente avanzó siguiendo el camino tomando Javalí Nuevo y entrando en Alcantarilla esa misma tarde. Dado que la  localidad se entregó sin disparar ni un sólo tiro, no fue sometida a saqueo, si bien se tomaron soldados prisioneros y material de guerra, destacando dos cañones que estaban en camino a la Contraparada.

Mientras se producían esos encuentros, los ingenieros del ejército invasor se entregaron a la destrucción de la Contraparada, que era su objetivo principal: «se empezó á cortar la Contraparada, con hachas, y barrenos, y atormentado con estos, un fortíssimo madero que la sostení, se le dio fuego (…) con tan buen efecto, que en seys horas de fuego, se desprendió, y ayudando con Picos, y Zapas, á la violancia (sic) del agua, rompió esta las obras, quedando en seco toda la Huerta, con la baxa de las aguas, y el Enemigo imposibilitado de inundar el Pays». Esto pone en evidencia que la estructura anterior a la obra de Toribio Martínez de la Vega en 1748 era mucho más compleja y reunía obra de piedra con alguna especie de bastidor de madera popularmente conocido como «la viga de la Contraparada«, según el testimonio de Francisco García, vecino molinero. Su destrucción, por cierto, obstaculizó el flujo de agua por las acequias durante un mes.

Cumplida su misión, los imperiales protagonizaron una acción sorprendente en el marco de su estrategia: abandonaron la posición tras quemar el fuerte y romper los puentes de la Contraparada, dejando expuesto precisamente el mismo talón de Aquiles que trataron de comprometer a los defensores borbónicos: el abastecimiento de agua. Advertidos estos de la retirada de aquellos, los murcianos resolvieron, ese mismo día, regresar y cegar la toma de la acequia de Churra La Nueva -que toma su agua unos 500 metros aguas arriba del azud; la única del todo el sistema-. Dado que estos hechos estaban ocurriendo en verano, en días que debía hacer mucho calor y el agua tenía que ser escasa, la inutilización de la acequia de Churra la Nueva terminaría significando un duro golpe para el ejercito austracista que pudo influir, incluso, en la decisión de adelantar el ataque al 4 de septiembre, pues en la arriba carta al inquisidor general, se le indica que «por faltar a los enemigos el agua, como dejaron en seco las acequias, resolvieron el avanzar a Murcia…».

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