Todo el mundo asocia los cambios habidos tras la guerra de Sucesión española con el Tratado de Utrecht, aunque como ocurrió en 1648 en Westfalia, la negociación preliminar se realizó en la célebre ciudad holandesa, fueron varios los tratados signados entre los diferentes gobiernos con los que, mediante acuerdos sectoriales, se llegó a un reconocimiento de las aspiraciones políticas particulares y a un consiguiente estado de paz.
El 11 de abril de 1713 se firmó el primer Tratado de Utrecht entre Gran Bretaña y otros estados aliados y Francia, que tuvo como consecuencia la partición de los estados de la Monarquía Hispánica que Carlos II y sus consejeros tanto habían querido evitar. Flandes, el Reino de Nápoles, Cerdeña y el Ducado de Milán quedaron en manos del ahora ya emperador Carlos VI del Sacro Imperio Romano Germánico, mientras que el Reino de Sicilia pasó al duque de Saboya (aunque en 1718 lo intercambiaría con Carlos VI por la isla de Cerdeña).
El 10 de julio se firmó un segundo Tratado de Utrecht entre las monarquías de Gran Bretaña y de España según el cual Menorca y Gibraltar pasaban a la Corona británica —Francia ya le había cedido en América la isla de Terranova, la Acadia, la isla de San Cristóbal, en las Antillas, y los territorios de la bahía de Hudson—. A eso hay que sumar los privilegios que obtuvo Gran Bretaña en el mercado de esclavos, mediante el derecho de asiento, y el navío de permiso, en las Indias españolas.
Austria se quedó fuera de esta paz, ya que Carlos VI no renunciaba al trono español, y su mujer seguía en Barcelona. Las cesiones españolas al Sacro Imperio Romano Germánico no se harían efectivas hasta que Carlos VI renunciase a sus pretensiones. Esto sucedió en dos fases, primero con la paz entre el Imperio y la Monarquía de Francia en el Tratado de Rastatt el 6 de mayo de 1714, confirmado en el Tratado de Baden de septiembre, y, definitivamente, por el Tratado de Viena, firmado por los plenipotenciarios de Felipe V y Carlos VI en 1725. Como consecuencia de este último tratado pudieron regresar a España y recuperar sus bienes la nobleza austracista que se había exiliado en Viena, entre los que destacaban el duque de Uceda y los condes de Galve, Cifuentes, Oropesa y Haro.
Al intentar hacer un balance de vencedores y vencidos en el momento del Tratado de Utrecht es un poco difícil hablar en términos absolutos. Gran Bretaña puede considerarse vencedora, ya que se hizo con estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que fueron la base de su supremacía futura y del Imperio británico. El Ducado de Saboya recibió ampliaciones que lo transformaron en el Reino de Cerdeña. El Electorado de Brandeburgo se extendió transformándose en el Reino de Prusia. El lote italiano de los dominios españoles pasó a manos del emperador Carlos VI, aunque España recuperaría de facto el Reino de Nápoles en 1734 tras la batalla de Bitonto, durante la guerra de Sucesión polaca. Es de reseñar también la pérdida para España de Orán y Mazalquivir en 1708 a manos del Imperio otomano, consecuencia indirecta de la guerra al no poder trasladar tropas de refuerzo a esta ciudad.

