El 19 de abril de 1704 Luis de Belluga fue nombrado obispo de Cartagena en sustitución de Francisco de Angulo, muerto el año anterior, aunque no hizo su entrada en Murcia hasta el 8 de mayo de 1705 con el mandato de la organización de la defensa del Reino de Murcia, dada su incondicional postura a favor de Felipe V. Providencialista acérrimo, interpretaba la defensa de la causa borbónica como un mandato divino insoslayable. Su carisma y capacidad de gestión en la crisis que se abalanzó sobre Murcia durante los meses de agosto y septiembre de ese año, con la organización de una junta de defensa, le valió el nombramiento, al año siguiente, de virrey y capitán general de Valencia y Murcia. Veamos que ocurrió durante esos días:
Como hemos explicado anteriormente, Murcia era hasta el verano de 1706 una ciudad que se había mantenido bastante al margen de los hechos de armas de la Guerra de Sucesión. Como en todas las ciudades del país había partidarios del archiduque, pero la gran mayoría de la población simpatizaba con el rey Borbón. Incluso los personajes prominentes que se habían declarado austracistas, se hallaban, gracias a la labor de la Inquisición por mandato del obispo, puestos a buen recaudo. La ocupación, entre finales de junio y principios de agosto, de Cartagena, Alicante y Orihuela habían acercado la guerra las mismas puertas de la ciudad. Formada el 25 de junio la junta de defensa, a los pocos días se recibió noticia de la entrada en Madrid del archiduque Carlos y su proclamación como rey de España el 2 de julio. El 13 del mismo mes, el conde de la Corzana y el marqués de las Minas escribieron al concejo murciano dando relación de los triunfos del ejército de Carlos y de los reveses que estaban sufriendo las tropas de Felipe V. En vista de ello, requirieron a Murcia para que aclamara por rey al austriaco. Esta intimidatoria misiva fue recibida con una enérgica repulsa.
El avance austracista hacía Orihuela, gracias a la proclamación del marqués de Rafal el 24 de julio y la entrada de las primeras tropas anglo-holandesas provenientes del cerco de Alicante, desplazó el frente a Murcia, que ya se sentía amenazada desde el otro lado del Puerto de la Cadena. El 8 de agosto es una fecha muy importante en este teatro de operaciones: en primer lugar, porque es el día de la captura de la ciudad de Alicante, a pesar de la resistencia de los últimos defensores borbónicos en su castillo de Santa Bárbara; en segundo, puesto que existen noticias de una escaramuza al norte de Monteagudo protagonizada por una partida de exploración austracista y algunos milicianos y soldados irlandeses refugiados de Alicante; y, en tercer lugar, porque se produjo el milagro de la Virgen de las Lágrimas, que tanto impacto tuvo entre los defensores de Murcia.
El 14 de agosto, con el fin de evitar la lucha y lograr así la rendición de Murcia, dos emisarios del bando austracista solicitaron una entrevista con el obispo Luis Belluga. Sin embargo, cuatro días después recibieron una rotunda negativa del obispo, que les comunicó su intención de luchar.
A partir del 20 de agosto se hicieron muy frecuentes las incursiones austracistas por las carreteras de Abanilla y Fortuna, muy cerca de Santomera y El Esparragal: la puerta a la huerta estaba abierta; los aliados sólo tenían que aprovechar y seguir sus infraestructuras tales como caminos, veredas y puentes sobre la profusión de acequias. Así, entre el 21 y el 24 de agosto saquearon y quemaron Beniel, tomando prisioneros de un batallón allí acantonado y llevándose a Orihuela, al parecer, las tallas de la Virgen, de San Bartolomé, de San Gil y hasta el ciborio del Santísimo Sacramento. En el frente sur, durante esos días ingleses y holandeses realizaron varias incursiones por los pueblos de la cordillera sur, quemando barracas y despojando iglesias, cuyas imágenes, en cambio, convirtieron en astillas. Mujeres, niños y ancianos se refugiaron en el Santuario de La Fuensanta.
La audacia de los austracistas hacía evidente que el enfrentamiento estaba próximo.
La ciudad estaba prácticamente sitiada. Asustados por las noticias que llegaban de Alicante, Beniel y los alrededores de la ciudad, todos sus vecinos estaban decididos a defenderse bien armados y pertrechados. En Monteagudo, los dragones irlandeses de Daniel O’Mahony, refugiados de Alicante, esperaban atrincherados a las tropas austracistas. En la huerta fueron abatidos muchos árboles con el fin de evitar que los invasores se ocultaran en la espesura.
Las fuentes escritas más cercanas a los acontecimientos, las actas capitulares del Concejo, permiten apreciar el estado de cosas en la ciudad en esos días: compañías de milicias acantonadas que guarnecían la ciudad y se encontraban apostadas en edificios como la lonja de la Plaza de Santa Catalina; en la orilla del río Segura, por Santa Eulalia y en todo el contorno septentrional del casco urbano se construyeron trincheras, terraplenes y empalizadas para suplir las aberturas de la vieja muralla medieval. En ese contexto, autoridades y vecinos estaban empeñados en el abastecimiento y cuidado requerido de soldados y milicianos. La ciudad de Murcia, amenazada, se convertía en plena protagonista de la guerra. Así nos lo explica el Dr. Julio Muñoz:

