| Historia

El archiduque Carlos llega a España

El año 1704 fue el annus horribilis de la causa borbónica. Portugal se unió a la alianza austracista; en Málaga su flota combinada sufrió una gran derrota; y, en Centroeuropa perdieron el apoyo de Baviera al ser derrotados en la batalla de Blenheim. Pero el hecho de armas que mayor repercusión tuvo -y aún tiene- fue la captura de Gibraltar por británicos y holandeses. Las cosas parecían ponerse fáciles para el archiduque Carlos, a quien puede verse en el cuadro de arriba de Frans van Stampart (siglo XVIII), ahora en suelo peninsular.

En mayo de 1704 el archiduque Carlos desembarcó en Lisboa, pues contaba con el rey Pedro II de Portugal como nuevo aliado. Ambos se pronunciaron: por un lado, el rey portugués publicó un manifiesto en el que justificaba su decisión de retirar su apoyo a Felipe V. Por su parte, el archiduque proclamó su propósito de “liberar a nuestros amados y fieles vasallos de la esclavitud en que los ha puesto el tiránico gobierno de la Francia que pretende reducir los dominios de España a provincia suya”.

Con Carlos llegó a Lisboa una flota anglo-holandesa con 4.000 soldados ingleses y 2.000 holandeses embarcados. Con estos, y con 20.000 portugueses pagados por las dos potencias marítimas, se formó un ejército de invasión. De hecho, en julio de 1705, el pretendiente efectuó un intento de invasión por el valle del Tajo, en Extremadura, con un ejército anglo-holandés que fue rechazado por el ya considerable ejército real de 40.000 hombres comandado por Felipe V y reforzados por franceses al mando de James Fitz-James, I duque de Berwick. Un segundo intento anglo-portugués, tratando de tomar Ciudad Rodrigo, también fue rechazado.

Por su parte Inglaterra había apostado por el dominio de los mares desde hacía mucho tiempo, y en realidad lo que deseaba era el desgaste de los dos contendientes, así como el reparto de los territorios españoles para poder obtener puntos estratégicos para su comercio y obtener, así, los máximos beneficios. En 1704, George Rooke, a quien se puede reconocer en el cuadro de Michael Dahl (ca 1705) de la derecha, intentó un desembarco en Barcelona que fracasó debido a que las instituciones catalanas, a pesar de sus simpatías por la causa austracista, no encabezaron ninguna rebelión. Sin embargo, de regreso, la flota asedió Gibraltar, la cual estaba defendida solo por 500 hombres, la mayoría milicianos, al mando de Diego de Salinas. Gibraltar se rindió honrosamente a la causa del archiduque el 4 de agosto de 1704 a Jorge de Darmstadt tras dos días de lucha, y el príncipe asumió el cargo de gobernador de la plaza.

Gibraltar: su pérdida  

Una flota francesa al mando del conde de Toulouse intentó recuperar Gibraltar pocas semanas después, enfrentándose a la flota anglo-holandesa al mando de Rooke el 24 de agosto a la altura de Málaga. La batalla naval de Málaga, que vemos a la izquierda en un cuadro de Isaac Sailmaker, fue una de las mayores de la guerra. Duró trece horas, pero al amanecer del día siguiente la flota francesa se retiró, con lo que Gibraltar continuó en manos de los aliados. Así que finalmente consiguieron lo que habían venido intentando desde el fracaso de la toma de Cádiz en agosto de 1702: una base naval para las operaciones en el Mediterráneo de las flotas inglesa y holandesa.

En el mismo mes en que se produjo la toma de Gibraltar, los aliados conseguían en la batalla de Blenheim (Baviera); una de sus mayores y más decisivas victorias de la guerra. En la batalla que tuvo lugar el 13 de agosto de 1704 se enfrentaron un ejército franco-bávaro de 56.000 hombres al mando del conde Marsin y de Maximiliano II Manuel de Baviera y un ejército aliado compuesto por 67.000 soldados imperiales, ingleses y holandeses al mando del duque de Marlborough. El combate duró quince largas horas al final del cual el ejército borbónico sufrió una derrota total: tuvo 34.000 bajas y 14.000 soldados fueron hechos prisioneros. Los aliados por su parte perdieron 14.000 hombres entre muertos y heridos. El elector de Baviera se refugió en Flandes mientras su Estado era ocupado y administrado por los austriacos, con lo que Luis XIV había perdido a su principal aliado en Europa Central.

Las cosas se complicaban para los borbónicos…

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