| Historia

Cataluña y Valencia se cambian de bando

A veces algunos actores imposibles son capaces de mover los hilos y provocar, con ello, una cadena de acontecimientos impredecibles aunque favorables. Los británicos, conscientes de sus limitaciones militares, aprendieron, con la guerra de Sucesión española, a actuar quirurjicamente en el Continente, tal  y como demostrarían durante los siguientes trescientos años. Fueron los ministros de la reina Ana, a quien vemos aquí arriba retratada por Gottfried Kneller (1705), quienes pergeñaron tal estrategia perfectamente ejecutada por sus sucesores.

Tras el fracaso del desembarco austracista en Barcelona de finales de mayo de 1704, el virrey de CataluñaFrancisco Antonio Fernández de Velasco y Tovar, desencadenó una oleada represiva contra los partidarios catalanes del archiduque Carlos, acusando a la Conferencia de los Tres Comunes de ser “la oficina donde se formó la conspiración antecedente”. Muchos de sus miembros fueron encarcelados, siendo ordenada su supresión.

En marzo de 1705, la reina Ana de Inglaterra nombró como comisionado suyo a Mitford Crowe; un comerciante de aguardiente afincado en el Principado de Cataluña, “para contratar una alianza entre nosotros y el mencionado Principado o cualquier otra provincia de España”, y le dio instrucciones para que negociara con sus representantes. Crowe se puso en contacto con el grupo de los vigatans, para que firmaran la alianza anglo-catalana en nombre del Principado. Así nació el Pacto de Génova, así llamado por la ciudad donde fue rubricado el 20 de junio de 1705, que establecía una alianza política y militar entre el Reino de Inglaterra y el grupo de vigatans en representación de los austracistas catalanes. Según los términos del acuerdo, Inglaterra desembarcaría tropas en Cataluña, que unidas a las fuerzas catalanas lucharían en favor del pretendiente al trono español, Carlos de Habsburgo, contra los ejércitos de Felipe V, comprometiéndose asimismo Inglaterra a mantener las leyes e instituciones propias catalanas.

Los vigatans cumplieron su parte del pacto y fueron extendiendo la rebelión en favor del archiduque. Así, a principios de octubre de 1705 se habían adueñado de numerosas zonas del Principado, excepto de Barcelona donde seguía dominando la situación el virrey Velasco. Por su parte, el archiduque Carlos, en cumplimiento de lo acordado en Génova, embarcó en Lisboa rumbo a Cataluña al frente de una gran flota aliada. A mediados de agosto la flota se detuvo en Altea y en Denia donde el archiduque fue proclamado rey, extendiéndose a continuación la revuelta austracista valenciana de los maulets liderada por Juan Bautista Basset y Ramos. El 22 de agosto llegaba la flota aliada a Barcelona, tal y como muestra el cuadro de H. Vale (1706) sobre estas líneas, cuando estaba en pleno apogeo la revuelta austracista catalana, y pocos días después desembarcaban unos 17.000 soldados, dando comienzo al sitio de Barcelona de 1705, dirigido por el conde de Peterborough, al que se sumaron los citados vigatans.

El 15 de septiembre de 1705, nada más capturar el castillo de Montjuic, en cuyo asalto perdió la vida el príncipe de Darmstadt —uno de los principales valedores militares de la causa austracista, a quien vemos abajo en un grabado de la  época—, los aliados comenzaron a bombardear Barcelona desde allí. El 9 de octubre la ciudad capitulaba y el 22 del  mismo mes el archiduque entraba en la ciudad. El 7 de noviembre juraba las Constituciones catalanas, y a continuación convocaba sus Cortes.

En Cataluña la actitud favorable de la población a la causa austracista se debió a varios motivos: en primer lugar, el mal recuerdo que tenían los catalanes de los franceses desde que la Paz de los Pirineos (1659) certificó la cesión del Rosellón, con la ciudad de Perpiñán incluida, a la corona francesa —los catalanes estaban convencidos de que nunca se reunificaría el Rosellón con Cataluña con un rey Borbón en España—; en segundo lugar, el hecho de que la Casa de Austria siempre había respetado sus constituciones, actitud diametralmente opuesta al centralismo borbónico.

El golpe de mano en Barcelona animó a otros territorios de la Corona de Aragón a seguir sus pasos. Así, Valencia se decantó por el archiduque Carlos el 16 de diciembre, por lo que a finales de 1705, en Cataluña y Valencia, solo Alicante y Rosas permanecían fieles al rey Felipe V.

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