| Historia

El milagro de la Virgen de las Lágrimas

Reproducimos el texto que, sobre esta extraordinaria y fascinante historia murciana, única en su género, ha escrito el cronista oficial del Cabezo de Torres, D. Juan Vivancos Antón. Lo significativo del evento, en pleno cerco de Murcia en verano de 1706, es que galvanizó a su población para detener la acometida austracista, tal y como se explica en el propio memorandum que realizó el obispo Belluga.

 

«Pasado el mediodía [del 8 de agosto de 1706] una criada subió a limpiar una habitación [en la casa de Francisco López Majuelo, del partido de Monteagudo] en donde había dos imágenes de la devoción familiar. Una de María Stma. De Los Dolores y otra de su Santísimo Hijo, ambas asentadas en tablas bastardas de yeso, de medio cuerpo, como de media vara de altura [unos 35 cm] y protegidas por sendas urnas de cristal sobre unos manteles. La criada observó que el rostro de la Virgen estaba acongojado, que tenía la frente sudorosa y que de los ojos brotaban gruesas lágrimas. Llena de espanto y temor bajó a llamar a los amos y efectivamente, todos vieron llorar la imagen. Acudieron los vecinos más cercanos y se fue corriendo la noticia por la huerta llegando más labradores para ver el prodigio. Habiendo pasado un buen rato todos los presentes pudieron comprobar que de nuevo la Stma. Virgen comenzaba a sudar y llorar durando hasta las cuatro de la tarde, corriendo el sudor y lágrimas por las mejillas, como unas gruesas perlas. Nadie quería moverse de allí, y todos tenían los ojos bañados en lágrimas de ternura y devoción. Hacia las nueve de la noche se ponen a rezar el rosario. Por tercera vez vuelve a llorar la Virgen. Esta vez por espacio de una hora.

«Al día siguiente, el 9 de agosto, las tropas leales a Felipe V acamparon cerca de la casa de Antonio López, pues el día anterior habían mantenido un sangriento encuentro en las inmediaciones de Monteagudo contra una avanzadilla austracista que había venido desde Orihuela por el norte. Enterados de lo sucedido, acudieron los oficiales, soldados y capellanes del regimiento. Estaban presentes muchos caballeros llegados de la ciudad de Murcia y otras muchas personas de la mayor categoría, y todos fueron testigos de que la imagen de la Virgen -que se puede ver a la izquierda de este texto en su actual relicario- sudaba tan abundantemente que el agua salía de la urna de cristal, empapaba los manteles y caía al suelo, siendo necesario poner unos vasos para recoger el copioso sudor y las lágrimas.

«Por la noche, hacia las doce, llegó el obispo de Cartagena, Luis de Belluga. Cuando subió para ver la imagen, el llanto había cesado. No obstante había huellas y señales en el rostro de una forma especial, sobre todo en la mejilla derecha. La urna estaba húmeda. Los manteles empapados. El obispo se arrodilló, hizo oración y, luego sacó a la Virgen de la urna, la registró, comprobó que era de yeso, limpió con un lienzo parte de las señales de las lágrimas en su cara y quedó convencido de que era imposible una falsificación. La encerró de nuevo en la urna y, junto con la imagen de su Hijo, la transportó hasta una casa contigua, en la que se tenía que hospedar. En dicha casa había una pequeña ermita. Allí dejó ambas imágenes durante dos días, en los que el obispo no se separo de ellas, mientras preparaba el traslado a la ciudad de Murcia.

«Entretanto la gente de Murcia se enteró de lo sucedido, y acudían en masa para admirar el prodigio. Pero aunque siempre había observadores para ver si el llanto de la imagen se repetía, ya no se dio más. Entonces, Belluga, preocupado por demostrar que aquello no era un engaño, mandó llamar a al provisor, y a los notarios más prácticos, y a un fiscal del obispado para que redactaran un informe de lo ocurrido interrogando a gran número de testigos de toda clase. Mandó aviso a varios peritos en yeso, barnices, pinturas, etc. que durante dos días reconocieron la imagen, su composición y cuanto consideraron necesario para elaborar un informe sobre lo sucedido.

El Cabildo de Murcia escribió una carta al obispo pidiéndole que la imagen de la Virgen fuese colocada en la Catedral, ofreciéndose para llevarla en procesión desde la ermita en donde se encontraba hasta la Catedral. El traslado de la imagen se hizo el día 11 por la noche en una solemne procesión. El obispo llevaba las dos imágenes y los manteles. Todo tuvo una solemnidad extraordinaria. Imágenes y manteles fueron depositados en la capilla de San Andrés de la Catedral, hasta que se le construyese un templo con el nombre de Los Dolores.

«El obispo -a quien vemos arriba con los atributos de cardenal en un retrato realizado varios años después de la guerra- con los datos del examen de los peritos en la mano, con las declaraciones juradas de los testigos, con el informe del provisor, el notario y el fiscal, publicó una pastoral conforme al Concilio de Trento, y declaró que las lágrimas eran milagrosas. En la pastoral -cuya primera página se puede ver abajo, a la derecha- se refirió a lo que había visto, de los exámenes realizados, de los testigos y de la opinión de teólogos, concluyendo: «declaramos por milagrosas dichas lágrimas, y sudor, y digna de veneración y culto la Sagrada Reliquia de los manteles, donde corrió el sudor y las lágrimas». Luego el obispo explicó el motivo de estas lágrimas. Primero habló de la misericordia de la Virgen para con Murcia. Las lágrimas eran la petición de María a su Hijo para que ayudase a las tropas que defendían la ciudad. Una segunda razón de estas lágrimas las encontró el obispo en el hecho de que las tropas austracistas habían entrado en la ciudad de Alicante cometiendo toda clase de profanaciones. Como estos hechos sucedieron ente las doce del mediodía del 8 de agosto y durante todo el día siguiente, precisamente el tiempo que duraron las lágrimas, el obispo tras exigir juramento de verdad a los testigos, concluyó que el carácter de la guerra tenía significación religiosa: «a la vista de la demostración que el Cielo ha hecho con tan claras señales… la debemos reputar y defender por tal guerra de religión». Como es natural, el bando austracista, por boca del regidor Diego Rejón de Silva, defendía que la Virgen lloró del dolor que le causaba ver a un obispo dedicado a la guerra y a cuestiones profanas.

«Tras aquellas declaraciones Belluga tomó algunas medidas. Entre ellas está la de mandar a varios sacerdotes para que hablaran a las tropas y las invitaran a unirse a las lágrimas de la Virgen con ayunos y oraciones. De esta forma, querían implorar de la misericordia de Dios la ayuda para la causa de la guerra. Igualmente demandó y estableció turnos en las diferentes iglesias y parroquias de la ciudad, para que se elevaran plegarias a Dios con el mismo fin, concediendo indulgencias diversas. También proveyó para que se erigiese una suntuosa ermita a la Virgen de Los Dolores en el mismo lugar donde la Virgen lloró».

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