| Historia

La batalla del Huerto de las Bombas

Tras la intentona del 29 de agosto estaba claro que la ciudad sería nuevamente atacada, y que su defensa estaba muy comprometida. La responsabilidad de los murcianos era muy grande: una derrota supondría la pérdida de la ciudad, lo que conllevaría que el archiduque Carlos se hiciera con el control de casi todo el Este de la Península Ibérica, abriendo el acceso a Andalucía. El obispo Belluga, consciente del peligro, tomó la decisión de organizar un último bastión. Así pues, ejército y milicia prepararon a conciencia la defensa. Se acercaba el que sería el día clave: el 4 de septiembre de 1706; una batalla en plena huerta, en un paisaje como el de la fotografía de Jean Laurent (1871) de arriba.

El jueves 2 de septiembre el obispo y capitán general del ejército borbónico en Murcia, Luis de Belluga, salió en dirección a Lorca en compañía de varios significativos murcianos adictos a la causa felipista. Explicaba en una carta que lo hacía para recoger a los refuerzos que venían de Andalucía, dejándolo todo dispuesto para la defensa de la ciudad bajo el mando del brigadier Pedro de Arias y Ozores, con instrucciones para el improbable caso de que la ciudad se viera obligada a rendirse. La comunicación de los inquisidores de Murcia resume muy bien lo acontecido y los motivos que le  llevaron a tomar esa decisión: «Habiendo tenido conferencia el Obispo con el brigadier don Pedro Arias Ozores y don Antonio Manso, teniente coronel del regimiento de Granada y mayor general de esta plaza, fueron de dictamen que era imposible el defenderse, y protestaron al obispo que debía salirse de Murcia luego, así porque siendo capitán general, era contra todo estilo mantenerse en plaza sitiada, como por el odio que tenían los enemigos a su persona. Por esto, y tener orden de su Magestad para no exponerse a ser prisionero, resolvió el salirse». Si el enemigo lograba su propósito, el obispo esperaría en Lorca, en donde se estaba disponiendo una fuerte resistencia con efectivos llegados desde Andalucía. Esa misma tarde, sabedor de lo ocurrido, Luis Manuel de Lando y Córdoba, conde de Santa Cruz de los Manueles y capitán general del ejército austracista en Murcia, escribió al Cabildo de la Catedral y al Concejo de Murcia pidiéndoles su obediencia al archiduque Carlos. 

A la mañana del día siguiente, viernes 3, fueron enviadas esas dos cartas con un emisario acompañado de un tambor a la ciudad, con la petición de respuesta para antes de mediodía, pero «los Murcianos anduvieron tan atentos, que hasta ahora no han respondido«, lo que provocó la indignación de los mandos austracistas y, por ello, la decisión de atacar. Su deliberación basculó entre volver a atacar por la casona del marqués de Torre Pacheco o cruzar el río y atacar Murcia por la retaguardia, optando por la segunda alternativa que debía ejecutarse esa misma noche. Sin embargo la llegada del marqués de Rafal con refuerzos postergó la operación al día siguiente, el sábado 4 de septiembre.

Iba a dar lugar la batalla del Huerto de las Bombas, de la cual existen al menos tres testimonios conocidos, dos borbónicos y uno austracista, siendo este último la fuente más prolija en detalles, aunque en líneas generales los tres textos son coincidentes en la descripción de los combates habidos.

Las tres fuentes coinciden en que la batalla tuvo lugar al amanecer de esa mañana, la del sábado 4. La Puntual y verídica relación… indica que «Viendo el General Valera, que las Tropas no marchavan este día, y havian de estar todo el dia ociosos, le pareció bolver á proponer el atacar la Casa de Torrepacbeco, con el fin de que si conseguia tomarla«. Al parecer, el mando esta firmemente convencido que el terreno estaba seco, y que la artillería podía avanzarse para castigar a la casona así como a las trincheras hechas alrededor de ella. De hecho, como se explicará, esa arma jugó un papel muy importante a en la lucha hasta el extremo que desde ese mismo día la casona de don Baltasar de Fontes, marqués de Torre Pacheco, y su huerto pasarían a conocerse para la posteridad como «de las Bombas» de la cantidad de proyectiles sembrados.

El texto del acta capitular resume la batalla de forma muy escueta indicando que el ejército expedicionario austracista, compuesto por un regimiento de milicianos valencianos y otro de soldados veteranos anglo-holandeses avanzó «con la intención de apoderarse de Murcia«. Dice que estaba compuesto por más de 6.000 hombres de infantería, unos 500 caballos, varias piezas de artillería y una sección de ingenieros con un puente portátil de madera para franquear las acequias. Los defensores borbónicos -que reunían dos batallones de infantería de Granada, compuestos por unos 600 hombres- se hallaban, desde al menos el día domingo 29 en que fue el primer asalto, parapetados en la citada casona de D. Baltasar Fontes. Ese misma mañana llegaron unos 200 caballos del regimiento de O’Mahony, y había milicia también parapetada en otras casas y barracas del entorno. Comandaba esa fuerza el brigadier Pedro de Arias Ozores; su teniente, Antonio Marzo; y el sargento mayor del regimiento, Juan Antonio de Contreras y Torres. Resguardados en la trinchera y en el terraplén que bordeaban el azarbe del Papel estaban situados con el mandato impedir el paso de la fuerza invasora, que empezaba a andar atosigada por la falta de agua al cegarse la toma de acequia de Churra la Nueva.

El campo de batalla era el área que hoy ocupan los barrios de Santa María de Gracia y de San Basilio, y que por aquel entonces eran huertas y acequias como todavía puede apreciarse en la foto aérea realizada por Ruiz de Alda en 1929 para la Confederación Hidrográfica (a la derecha).

Los testimonios reconocen que el terreno se había convertido en una gran charca cuando no estaba embarrado, gracias a la inundación provocada antes del día 29, por lo que tanto a la caballería como a la infantería del ejército invasor le costó mucho esfuerzo aventurarse más allá del camino real, el que unía Murcia y Espinardo: «á 60 passos antes de llegar á la Casa [83 metros], se encontró el terreno muy lleno de agua, porque aunque se les havia quitado la de la Azuda, en la Azequia grande que llaman, havian hecho grandes paradas, y la tenían de reserva muy llena, y la soltaron, y alargaron todo el terreno al rededor de la Casa, por partes mas de 100 passos [140 metros], y por algunas á 60″. Por esas distancias declaradas, se induce que los defensores habían levantado los tablachos de las acequias de Bendamé mayor y menor y la de Zaraiche para crear un cinturón de agua al noroeste de Murcia.

Afortunadamente para el conocimiento de la Batalla, La Puntual y verídica relación… explica al detalle el asalto austracista incluso en el orden de batalla diseñado, el cual se haría añicos una vez comprobado que, en contra de su creencia inicial, el terreno circundante a la casona de D. Baltasar Fontes seguía anegado e impracticable. 

El orden de batalla inicial era el siguiente: un ala central con secciones de 50 granaderos del Tercio de Valencia, otros 50 del regimiento inglés y 50 fusileros de caballería desmontada en primera fila; otras tres secciones de 50 hombres cada una del regimiento de Valencia, del de Galeras y del regimiento de ingleses. Los dirigía un sargento mayor inglés y estaban apoyados por tres piezas de artillería, una de 25 libras y dos de 10. Se dispusieron dos compañías de Migueletes adelantados a los flancos, y a los costados de la fuerza atacante  otras dos compañías de milicias de Orihuela y el campo de Cartagena; detrás de ellos un batallón con lo que quedaba del regimiento de Valencia por la derecha, para sostener y socorrer el destacamento llegado el caso, y otro batallón de ingleses por la izquierda con la misma orden. Al avanzar, y llegar probablemente al puente bajo el que discurre la acequia de Bendamé menor, se dispuso la artillería para bombardear sin descanso la casona.

El diario de guerra llega a indicar «mandó poner la Artilleria, y hazer alto á la gente, de donde se hazian muy buenos tiros a la Casa»; aspecto este último que terminó exasperando a los mandos británicos, el coronel Alnutt, y al sargento mayor de los dragones, quienes deseaban a toda costa iniciar el asalto. Esa misma noche, con el testimonio de un artillero borbónico desertor, se demostró su error, pues, según él «si nosotros no huvieramos atacado la Casa, sino acañoneado, la huvieran desamparado, porque estavan en esta resolución, y de donde se puso últimamente la Artillería sosteniéndola la Infantería, se huviera logrado el derribar la Casa». Produciéndose el parlamento de los mandos hispano-británicos, llegó el capellán de un regimiento de vanguardia dando voces de avanzar, pues según su parecer los efectivos del Tercio de Granada estaban retirándose de la casona y dejándola, en consecuencia, abandonada. Los granaderos y dragones británicos se lanzaron al ataque, que debió ejecutarse por el camino real, pues el entorno estaba tan anegado que incluso los Migueletes habían tenido que retroceder.

Alcanzada la casona, no sin cierta dificultad, comenzó una escabechina terriblemente sangrienta, pues ésta no estaba en absoluto abandonada, sino, muy al contrario, tal y como reconoce el testimonio del mando austracista «se reconoció en la Casa gran fuerça de gente en el fuego que hizieron». Los ingleses, que llevaban el peso del asalto por propia iniciativa, pero también los españoles del resto de secciones de la fuerza atacante, después del oneroso avance por el camino real, que había reducido mucho sus posibilidades de fuego, se entregaron con tal fiereza que incluso llegaron a «meterles los Fusiles por las Troneras», provocando la muerte a numerosos defensores e hiriendo a muchos, tal y como esa noche explicó el artillero desertor. Sin embargo, a pesar de la fiereza, les fue imposible superar sus costados, por lo que no quedo más remedio que ceder y retirarse. Pesaba, además, que la artillería había dejado de cañonear por el asalto.

Ante tal presión, y sin posibilidad de lograr avance alguno, el ejército aliado optó por retroceder como el mismo diario de guerra parece reconocer: «fue precisso el retirarse con la perdida referida, y con sentimiento de no haverse podido lograr la intención». La batalla dejó más de 400 muertos, entre ellos dos coroneles y varios oficiales atacantes, aunque el texto austracista reconoce sólo una cuarentena de pérdidas. Se cree que algunos de los caídos fueron enterrados en el cementerio parroquial de Espinardo. Por su parte, los heridos fueron trasladados a Orihuela en 36 carros.

De vuelta a Espinardo, esa misma noche el Estado Mayor acordó hacer regresar el ejército a Orihuela para obtener refuerzos y replantear la estrategia. Pesaba la crítica falta de recursos, entre ellos el agua y que, según la revelación del artillero desertor la casona del marqués de Torre Pacheco había sido reforzada con «150 hombres restantes de el Regimiento de Granada», que llegaron a Murcia de socorro.

De camino, durante los siguientes días, creemos que se produjo una escaramuza a la altura de Santomera, en el campo de La Matanza, cuyo topónimo parece originarse en esa época, pues aparece por vez primera en un censo de 1771. Muy cerca, en Orihuela, hay otra Matanza que parece tener origen en la Edad Media y no tiene relación alguna con este oscuro suceso. Esos días, también, creemos que se produce la retirada de las posiciones austracistas en Beniel, quedando apostada caballería irregular que continuó realizando saqueos en la huerta. No obstante, don Manuel de Lando y Córdoba, conde de Santa Cruz de los Manueles y capitán general del ejército, junto con el coronel Alnutt, retomaron la idea de regresar el día 9 para atacar Murcia por otro lado del río Segura, aunque se desconoce por donde ya que según La Puntual y verídica relación… «el Vado de el Azuda para yr á Alcantarilla, se havia imposibilitado, por haver crecido las aguas» tal vez por efecto de cuantiosas lluvias en la cabecera del río.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *